Salvador Puig Antich
Puig Antich, a 40 años de su ejecución
El militante libertario pagó con su vida la creciente oposición al franquismo | Pesa sobre la conciencia de la oposición democrática una tibia reacción que no frenó la ejecución | El régimen franquista se ensañó con aquel joven de 25 años en un proceso irregular sin garantías El 2 de marzo de 1974, hace hoy 40 años, era ejecutado al garrote vil en la cárcel Modelo de Barcelona el activista libertario Salvador Puig Antich,
que entonces contaba 25 años. Fue la última vez que en España se
utilizó este inhumano sistema de ejecución tras una condena a muerte
dictada en un Consejo de Guerra repleto de irregularidades,
circunstancias que actualmente revisa un tribunal argentino a petición
de los familiares de Salvador.
Después de la renuncia a la lucha
armada, a mediados de los cincuenta, por el PCE y Santiago Carrillo,
así como de la desaparición de los últimos maquis, -el anarquista
catalán Ramon Vila, 'Caracremada', abatido en Rajadell (Bages) en agosto
de 1963, y del gallego José Castro Veiga, 'Piloto', en San Fiz de Asma
(Lugo) el 10 de marzo de 1965-, la entonces emergente oposición al franquismo
de principios de los sesenta fue víctima de una dura represión que
evidenciaba las enormes dificultades de acabar con la dictadura por la
vía pacífica. La consecuencia fue la aparición en España de diversos
grupos armados, tras el asesinato del jefe de la Brigada Político-Social
en el País Vasco, Melitón Manzanas, en 1968, por ETA.
Entre
estos grupos apareció en 1970 el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL),
formado por jóvenes militantes catalanes, en su mayoría estudiantes de
instituto, entre ellos Salvador Puig Antich, los hermanos Jordi y Oriol
Solé Sugranyes, que cayó muerto abatido por la Guardia Civil tras la
masiva fuga de presos de ETA de la cárcel Segovia, en abril de 1976, o
José Luis Pons Llobet, quien con apenas 17 años fue condenado a 57 de
cárcel. Aplicando la política anarquista de la 'expropiación', los MIL
se dedicaron básicamente a asaltar bancos para recoger fondos con los
que organizar la lucha de la clase obrera y se enfrentaron en diversas
ocasiones a tiros con la policía y la Guardia Civil.
En
septiembre de 1973, la detención de uno de los fundadores del MIL,
Santiago Soler Amigó, propició una redada policial para detener a Puig
Antich en la esquina de Girona con Consell de Cent, en Barcelona.
Santiago Soler era un muchacho dotado de una prodigiosa inteligencia,
pero impedido físicamente, al que la BPS torturó y empleó de cebo para
la detención de su compañero.
Reducido Salvador y conducido por
varios agentes al portal del número 70 de la calle de Girona, hubo un
tiroteo en el que murió el policía Anguas Moreno y en el que Puig Antich
resultó gravemente herido en el rostro. Las circunstancias que rodearon
aquel hecho no fueron aclaradas al no rechazar el tribunal la prueba
pericial de los forenses que propuso la defensa. El policía muerto tenía
alojados en su cuerpo cinco disparos y no los tres que aparecen en el
sumario y que se atribuían a la pistola que llevaba el detenido. Tampoco
se aclaró cuáles de esos disparos causaron la muerte del desafortunado
agente y por la que fue condenado a muerte y ejecutado el militante
libertario. Tampoco el tribunal aceptó realizar informes balísticos y
los casquillos de las balas desaparecieron. Un reciente estudio sobre el
caso, obra del periodista Jordi Panyella, Salvador Puig Antich,
cas obert (Angle Editorial), aporta nuevos elementos y testimonios
sobre las irregularidades procesales cometidas, contra las que las
hermanas de Salvador presentaron en 2007 un recurso de revisión ante el
Tribunal Supremo, que fue rechazado, razón por la que finalmente han
acudido a la justicia argentina.
Se dio además la circunstancia
que el 22 de diciembre de 1973 ETA asesinaba al entonces presidente del
Gobierno, el almirante Carrero Blanco, en la calle Claudio Coello de
Madrid. Se atribuye a Puig Antich la frase "ara sí que estic mort"
cuando se enteró de la desaparición del número dos del régimen, un
atentado que endureció aún más la represión. El miedo sobre el que se
sustentaba el franquismo reapareció de nuevo en la sociedad.
Se
ha escrito, y es cierto, que la oposición democrática se mostró remisa
ante la condena a muerte de Puig Antich, especialmente si se compara con
su actitud frente al proceso de Burgos de 1970, donde fueron impuestas
seis condenas a muerte a otros tantos militantes de ETA por el asesinato
de tres personas. Entonces, las movilizaciones, entre ellas el encierro
de tres centenares de intelectuales en Montserrat, contra la pena de
muerte lograron la conmutación de las sentencias dictadas por el
tribunal militar.
La excesiva prudencia con que actuó la
oposición democrática al franquismo se debe a varias circunstancias. La
primera es el rechazo de la vía armada. El MIL estaba considerado un
grupúsculo violento que nada tenía que ver con la estrategia de la
oposición. Por otra parte, la oposición en Catalunya se hallaba
descabezada tras la caída, en octubre de 1973, de 113 miembros de la
Assemblea de Catalunya en la parroquia de Maria Mitjancera. También pudo
influir el endurecimiento del régimen, especialmente tras la muerte de
Carrero Blanco, cuando se incrementaron las amenazas de los matones de
la Guardia de Franco, lo que aconsejaba extremar la prudencia.
Asimismo,
hay que tener en cuenta la mordaza a las que estaba sometida la prensa,
que se vio reforzada en aquellas circunstancias. Las visitas a algunas
redacciones de las hermanas de Puig Antich y del padre de Pons Llobet,
que había formado parte de la División Azul, para informar sobre las
irregularidades procesales tuvieron escaso eco. No hay más que recordar
la dura reacción del régimen ante la publicación de un muy reducido
extracto en Tele/eXprés del manifiesto contra la pena de muerte aprobado
por la Comisión de Defensa del Colegio de Abogados de Barcelona.
A
pesar de ello, hubo algunas iniciativas para frenar lo que parecía -y
fue- fatalmente irreversible. Hubo peticiones de clemencia a Franco por
parte de algunos colectivos, como asociaciones de vecinos y colegios
profesionales, entidades cristianas y grupos de intelectuales, hubo
paros en algunas fábricas y facultades y se movilizó a la opinión
pública internacional. Todo fue en balde. El franquismo había decidido
que Salvador Puig Antich pagara con su vida la factura de la oposición. A
Franco no le tembló el brazo al dar su enterado.
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