martes, 25 de septiembre de 2012

O VELLO E O SAPO

Mineros sudafricanos viven en la miseria desde hace un siglo


Las familias de las víctimas de la la operación represiva más sangrienta desde el fin del apartheid en 1994, que dejó 34 muertos el jueves, siguen viviendo en condiciones miserables, como la inmensa mayoría de los mineros de Sudáfrica.
Ian Buhlungu, de 47 años, alquila un barracón de madera y chapa ondulada en un barrio de chabolas, en la polvorienta llanura que linda con la mina de platino que explota la compañía Lonmin. No tiene agua corriente y usa la letrina pública, que no es más que una fosa.
Al igual que miles de sus compañeros mineros, vive solo, lejos de su familia. Su esposa murió de tuberculosis hace dos años. Actualmente, su hija vive en casa de una tía y su hijo en casa de una abuela en la lejana Provincia Oriental del Cabo, a cientos de kilómetros de distancia, en la otra punta del país.
“Quisiera vivir con mis hijos, pero es imposible”, cuenta este hombre, quien envía todos los meses una parte de su escaso salario de minero, unos 400 euros, a su familia. “La gente que no estudió tiene un salario miserable, apenas logra darle de comer a su familia”, explica.
“La gente que trabaja en Lonmin ni siquiera puede mandar a sus hijos a la escuela”, afirma por su parte uno de los portavoces de los mineros que iniciaron una huelga hace más de una semana, Jack Khoba, de 29 años.
Al igual que Buhlungu y Khoba, decenas de miles de personas emigran desde hace un siglo de un lugar a otro del país, o a otros países de África Austral, para ir a trabajar en una mina.
A principios del siglo XX, así como durante el régimen racista del apartheid (1948-1994), los blancos que tenían el poder obligaban a los trabajadores negros a vivir en zonas reservadas, los “townships”, fuera de las grandes ciudades. Al no tener trabajo, los habitantes de estos guetos emigraban para tratar de ganarse la vida.
“Las cosas han cambiado poco”, estima el sociólogo Adam Habib, de la Universidad de Johannesburgo. “Cien años después de haberse empezado a explotar las minas en este país, el modo de vida de la gente en las minas es igual al de principios del siglo XX”, afirma.
Las condiciones materiales de vida de los mineros experimentaron escasas mejoras desde la instauración de una democracia multirracial hace 18 años.
Quienes emigran con su familia suelen tener que construirse una chabola. En Marikana, estos barracones están dispersos en las inmediaciones de una calle de tierra, en una zona por la que transitan perros escuálidos y algunas cabras.
“Esto no es vida”, dice Belinia Mavie, de 25 años, quien vino del Mozambique vecino para vivir con su marido hace cuatro años. “No tenemos aseo ni agua”, cuenta.
El “pueblo” sí cuenta con electricidad, pero el agua no llega hasta las viviendas. Hay que ir a buscarla a los grifos comunales, mientras que en barrios residenciales de Ciudad del Cabo o Johannesburgo se vive en condiciones lujosas.